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  • ¡Hola! Y bienvenidas nuevamente a de Moños y Puntas.

    Perdón por todo el tiempo que ha pasado desde mi último post, pero la vida pasa. Prometo más constancia de ahora en adelante ;). Y hablando de eso, se me ocurrió que esta vez voy a hablar de la importancia de la constancia (y del mateismo) en el ballet.

    Personalmente, no me destaco por ser una persona especialmente perseverante. Soy seca para dejar las cosas a medio camino y olvidarlas para siempre. Algunos lo llaman déficit atencional; yo sólo creo que es parte de ser humano. Tanto, que la gente brutalmente enfocada me produce una leve desconfianza. El “¿cómo lo hace?” es inevitable. Siendo honesta, “ayuda artificial” nunca deja de ser una respuesta razonable en mi libro 😀 (¡son bromas!).

    Con eso en mente, les puedo contar que cuando recién partí con ballet mis amigos de la universidad se reían de mi porque me habían visto igual de emocionada con 15 otras actividades del tipo en los dos años que llevabamos de universidad y, una por una, fueron fracasando estrepitosamente. Normalmente, después de una sola clase… o ninguna (como fue el caso de Tap, Circuit Jump y Yoga)

    Afortunadamente, con ballet fue fantásticamente distinto. Lo amé desde la primera clase. Después de un sólo mes con dos clases a la semana, me inscribi para ir una tercera vez. Lo echaba demasiado de menos de un jueves al martes siguiente. Frente a las únicas situaciones que consideraba faltar era si estaba agonizando de fiebre o si estaba siendo retenida en algún atentado terrorista. Fue entonces cuando descubrí la importancia de ir a todas las clases y, cómo siempre dice la Bonnie, practicar en la casa.

    Esto lo puedo ver ahora cuando, tres años más tarde, entré a trabajar y mi asistencia a clases de ballet deja infinito por desear. Mirando para atrás: 1. Aprecio muchísimo el haber aprovechado mi tiempo universitario para empezar con cosas nuevas, porque la sola idea de hacerlo ahora me da sueño. Y 2. Aprecio el haber sido brutalmente intensa en mis comienzos balletisticos. Porque ahora, cuando ya no puedo serlo, me da la tranquilidad de que mi base es lo suficientemente sólida como para ponerme al día rápido una vez que este trabajo mio me permita ser libre nuevamente.

    No me malinterpreten (y Bonnie no me retes), la idea es no faltar nunca. Aparte de que el cuerpo ya se siente distinto (y más gelatinoso) después de haber faltado a una sola clase, uno nunca sabe cuando la maestra estará inspirada y se van a pasar 25 pasos nuevos de una. Pero si ya es un hecho de la causa que la vida se interpone entre uno y el ballet, lo único que nos puede salvar de ser Tablón la próxima clase es elongar en la casa y prácticar lo último que aprendimos. Porque las probabilidades de que hayamos construido algo más elaborado sobre eso son altas.

    Y esto me lleva al verdadero punto de esta digresión sin fin: el ballet es infinito. Siempre hay más que aprender o algo ya aprendido por mejorar. A menos de que uno haya hecho carrera de bailarina, es casi imposible llegar a su nivel. Lo cual me devuelve al punto: el ballet no fue creado como hobbie. Fue concebido como un tipo de danza que lleva una vida perfeccionar, por lo cual nunca va a existir algo como “muchas clases” o “muchos ensayos”. Es muy directamente proporcional: la cantidad de tiempo que uno le pone se traduce en el nivel de la técnica que uno tiene.

    No estoy diciendo nada nuevo, lo tengo claro. Pero este pensamiento que a veces me abruma tiene su lado bueno. Quiere decir que nos queda ballet para rato. La posibilidad de que se vuelva monotono y repetitivo es practicamente imposible. Y, personalmente, eso le da un gran valor agregado. Como ya establecí en un principio, mi capacidad de mantenerme interesada en algo a través del tiempo es nula. Pero la perspectiva de que ballet sea un desafío permanente por muchísimo tiempo más, lo hace algo a lo que vale siempre la pena volver. A pesar de que el mundo este fijado en mi contra y sigue creando razones perfectamente razonables para que me quede hasta más tarde en el trabajo, nunca voy a dejar de intentar ir. Y nunca me va a dejar de doler no ir.

    Quedo con la sensación de que podría haber hablado de cosas mucho más útiles y concretas, pero el hecho de que he perdido tantas clases me hizo sentir cara de palo si me ponía a escribir de cualquier otras cosa que no fuera esto. Lo importante que es ir a clases y repasar… y repasar y repasar. Al final del día, es la única manera de avanzar en este bello y desafiante mundo que es el ballet.

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